Nuestra Historia y Filosofía

“Rocío, manos que cuentan historias”

Desde niña, Rocío mostraba una habilidad inusual con las manos. Mientras otras jugaban con muñecas, ella se entretenía desarmando objetos y reconstruyéndolos a su manera. Tenía un talento innato para crear, para dar forma a lo que parecía no tenerla. Coser, unir, pulir… eran juegos que, sin saberlo, iban forjando su futuro.

A los 23 años, y movida por su pasión por los oficios manuales, decidió lanzarse a una aventura valiente: abrir su propio taller de reparación de calzado. No heredó el oficio ni lo aprendió de tradición familiar. Lo suyo fue vocación pura, alimentada por la curiosidad y el deseo de trabajar con las manos. Se formó sola, estudiando, observando y, sobre todo, practicando.

En ese pequeño taller, entre suelas gastadas, herramientas envejecidas y olores a cuero y betún, encontró su lugar en el mundo. Pero también encontró una inquietud: no solo quería reparar, quería crear.

Comenzó a experimentar con el cuero, explorando sus posibilidades. Así nacieron sus primeras correas de fotografía, pensadas para durar toda la vida, con estilo y personalidad. Luego llegaron las cartucheras de barbería, las mantas para tijeras, los estuches para cuchillos… y una colección de artículos personalizados que combinaban funcionalidad, diseño y alma artesanal.

La demanda creció. Su marca comenzó a consolidarse, conocida por la calidad del trabajo, la atención al detalle y el trato cercano. Sin embargo, a pesar del crecimiento, Rocío nunca quiso alejarse de sus raíces. Por eso, el taller sigue siendo lo que fue desde el primer día: un espacio donde los zapatos rotos encuentran una segunda oportunidad.

Para Rocío, la reparación de calzado no es solo un servicio, es un símbolo. Es el arte de alargar la vida de las cosas, de darles valor, de honrar lo hecho a mano. Y aunque hoy sus productos viajan lejos, y su nombre aparece en ferias y tiendas especializadas, sigue encontrando la misma satisfacción en coser una suela que en entregar una pieza nueva.

Su taller, hoy más vivo que nunca, es un lugar donde conviven tradición y creación. Donde se arreglan zapatos, sí, pero también se construyen sueños.

Porque en cada puntada, en cada remache y en cada costura, Rocío sigue haciendo lo que siempre supo hacer: contar historias con las manos.